Las rabietas son un fenómeno natural que aparece a lo largo del desarrollo de todos los niños
Por Fernando Calvo
Psicólogo General Sanitario
Imaginad la escena.
Día normal, en una ciudad normal.
Un padre o una madre van con su hijo camino del colegio. De pronto, el pequeño quiere quedarse un rato jugando en el parque, pero su padre (o madre) le dice que no es posible, que tienen que llegar al cole. El niño insiste; el padre también. Y entonces sucede: el pequeño estalla en llantos, gritos, lágrimas como puños. En una versión más extendida, el niño se tira al suelo llorando, se niega a andar… y el padre (o madre) piensa “¡Dios mío!, ¿Qué hago?”.
Las rabietas son una forma inmadura de expresar rabia, enfado, o frustración. Son una forma de expresión emocional. Hay una “etapa de las rabietas” que surge en torno a los 3 años, cuando el niño está en proceso de diferenciación, y por tanto, es un poco más tozudo y obstinado. En este periodo, el niño trata de afirmarse, manifiesta más sus propias opiniones y deseos, y se muestra más tendente a seguir sus propias decisiones. Evolutivamente, las áreas corticales aun no tienen la suficiente madurez como para gestionar las emociones negativas, ni el suficiente repertorio para gestionarlas de una manera más adecuada. Por eso, consideramos las rabietas infantiles como algo normal en todos los niños (aunque eso no signifique que sean fáciles y agradables para los adultos), y como algo que les resultará útil para aprender a gestionar emociones (como la frustración) que estarán presentes toda su vida. Las rabietas no se dan porque el niño sea un malcriado o porque los padres no sepan imponer su autoridad. Se dan, simplemente, porque forman parte del desarrollo del niño. Podemos gestionarlas de un modo más consciente y respetuoso con las necesidades del niño, sin por ello dejar de ser firmes en las situaciones que lo requieren
¿Qué podemos hacer?
Hay algunas recomendaciones que podemos hacer para poder afrontar las rabietas de nuestros hijos. Detallamos algunas de ellas:
• Lo primero de todo, (y quizás lo más difícil) es mantener la calma, o al menos, intentar que el niño no perciba que nos altera. Cuando se da la rabieta nunca debemos perder el control, elevar la voz ni intentar imponernos a la fuerza. Recordemos que el que no puede controlar sus emociones, en principio es el niño. Además, si nosotros también perdemos la calma, le estaremos enseñando con nuestro ejemplo algo muy distinto de lo que le decimos con palabras
• No debemos dar sermones ni grandes explicaciones, mucho menos en la fase más explosiva de la rabieta. Nadie nos va a estar escuchando en ese momento, y probablemente lo único que conseguiremos sea cabrearnos nosotros. Los mensajes, cuanto más breves y sencillos, mejor: “cariño, lo siento, ahora eso no puede ser”. Una vez la pataleta ha acabado, y en función de la edad del niño, podemos hablar con él acerca de lo ocurrido, pero no es aconsejable hacerlo durante la misma.
• La firmeza no está reñida con el afecto. Si la rabieta se ha producido ante una negativa (por ejemplo, quiere quedarse en el parque pero no es posible), obviamente es importante no ceder. Sin embargo, sí que podemos tratar de negociar con nuestro hijo una salida (“ya sé que quieres esto, pero no puede ser. Si quieres, podemos otro día…”).
• Buscar el contacto físico. A veces los niños lo rechazan (y si es así, no debemos enfadarnos), pero si acepta el contacto físico, podemos darle un abrazo, besos o cogerle hasta que se sienta mejor. Desde luego, lo que no debemos es usar el chantaje emocional.
• Después de la rabieta, una vez que la ira y el enfado hayan pasado, es el momento de utilizar las palabras, la lógica o la razón (antes no). Ahora sí podemos hablarle de cuál era la conducta adecuada, los motivos por los que no le hemos dejado hacer una cosa u otra, o cómo puede responder adecuadamente la próxima vez que se enfade. Podemos conectar poniendo palabras a sus emociones (“ya sé que querías esas galletas y estas enfadado porque no se puede”). La empatía ayuda mucho al niño a sentirse entendido y acompañado, pero también a entenderse a sí mismo y a calmar su angustia. No obstante, aunque reconozca los sentimientos de su hijo, deje claro que las emociones intensas no son una excusa para el comportamiento inaceptable. “Sé que estás enfadado, pero no está bien golpear”. No olvide después decirle alguna otra manera alternativa de comportarse, enseñar una manera permitida de expresar la rabia (jugando siempre es mucho más fácil enseñar comportamientos).
Afortunadamente, la mayoría de los niños aprender a gestionar sus emociones y las rabietas terminan desapareciendo. Sin embargo, si se mantienen en el tiempo más allá de los 6-7 años, o son especialmente conflictivas, intensas o frecuentes, quizás sea una buena idea consultar con un especialista que le ayude a gestionarlas.
Fernando Calvo
Psicólogo General Sanitario